TE DIRÉ QUIEN ERES




Porque Dios me hizo quererte

Sobre Alvy Singer en Annie Hall película de Woody Allen

Por Juan Pablo Bertazza

En aquella época de la adolescencia cuando, como dice Sabina, uno tiene una cara de culo de vaso, yo miraba una película de Woody Allen por día. Con el tiempo, me quedó prácticamente sólo una película por ver, la cual tenía para mí cierto halo mítico porque varias veces la había escuchado nombrar: Annie Hall.
No soy de los afortunados que viven a pocos pasos de un “Liberarte” o un “New Planet”. A tal punto son malos mis videoclubs que siempre me reconforta achacarles cierta culpa en mis baches cinematográficos. La cuestión es que tenía que ver sí o sí Annie Hall y, como soy resentido, me compré el guión que editó Tusquets y hasta el día de hoy sólo leí la peli y nunca la vi.
Mi emoción era casi incontenible, la primera escena ya me había gustado: Alvy Singer (Woody Allen) diciendo cosas como “No me interesa pertenecer a ningún club que me tenga a mí como socio. Ése es mi problema clave con las mujeres”. Si bien la película lleva como título el nombre de la protagonista (interpretada por Diane Keaton), yo creo que Alvy es el mejor personaje de Woody Allen.
Paradójicamente, Alvy posee un despecho contra la emotividad, de una manera tremendamente sensible. ¿Dónde puede haber más sentimiento que en el escozor de los que reprimen expresar todo tipo de emoción? Annie le dice a Alvy: “Me gustás” y él le responde: “Pero cómo, ¿no me amás?” Es muy gracioso porque Alvy parece pasar todo lo emocional por el filtro de la razón, como cuando le dice: “Yo creo que deberíamos darnos el primer beso ahora para que después no esté la tensión de que todavía no nos besamos”.
I Hay algo de Alvy Singer que lo emparenta con Kafka en ese juego permanente de cercanía y distancia que le imponía a Milena a través de su correspondencia: los problemas de la pareja comienzan a surgir, de hecho, cuando Alvy no acepta que Annie se mude con él. De la misma forma, Alvy cae en permanentes contradicciones, la obliga a asistir a cursos universitarios del tipo “Poesía americana moderna” o “Motivos existencialistas en la literatura rusa” para que ella conozca profesores muy buenos. Una vez que Annie comienza a cursar, muy interesada, Alvy se enoja: “Todos los profesores que dan esos cursos son una basura”.
Pero en una película que habla del peor de los despechos, del desengaño contra la expresión de los sentimientos, hay lugar para el amor: Hay una escena en la que ellos se sientan abrazados en medio de una plaza y se empiezan a burlar de la gente que pasa, buscándoles patéticos pasados y parecidos físicos. Estar enamorado, al fin y al cabo, ¿no es un poco sentarse en la plaza y reírse de todos? Pero en este caso nadie ríe último ni mejor y, como todo lo que tiene un final dicen que termina, Alvy y Annie tienen una primera separación.
A Alvy se le presentan otras mujeres que muestran, por la negativa, lo que es -o fue- el amor. Es famosa en ese sentido la escena de las langostas: lo que antes había sido motivo de desenfrenada alegría con Annie ahora ya no es nada extraordinario. “Nunca es por algo que uno hace, el amor siempre se esfuma” le responde una señora que camina por la calle cuando Alvy le consulta por qué terminó su relación con Annie.
En toda la película subyace una fuerte oposición entre dos lugares: Nueva York y California, más precisamente Los Ángeles. Mientras la isla representa obsesión, paranoia, encierro, suciedad, muerte y al mismo Alvy; Los Angeles condensa la frivolidad, la alegría, lo físico y a personajes como Hugh Hefner. Cuando se separan por segunda y definitiva vez, y ella se muda a los Ángeles, Alvy literalmente se desterritorializa yéndola a buscar. En un restaurante de la avenida Sunset (crepúsculo) le dice, cuando ya no hay vuelta atrás: “Yo creo que deberíamos casarnos”.
Entonces viene la que para mí es la gran escena de la película, la muestra perfecta del desengaño: Cuando se retira del restaurante, Alvy intenta sacar su auto. Choca hacia atrás y adelante constantemente. Llega un policía, le solicita el registro, se le cae y el uniformado le exige que lo levante. Alvy no lo hace y encima le pide que sea cortés. Le dice que tuvo un día muy difícil. El policía se pone aún más denso. Entonces, Alvy vuelve a agarrar el registro, pero esta vez lo rompe en la cara del policía y le dice “No se lo tome como algo contra usted, tengo muchos problemas con la autoridad”.
El final. Alvy dirige un ensayo de una obra de teatro protagonizada por otros que la juegan de Alvy y Annie. En esta obra representada, todo termina bien: “Uno trata de que las cosas salgan perfectas en el arte porque es muy difícil en la vida real” dice Alvy. Muy buen final, pero Woody Allen fue por más: Alvy cuenta, finalmente, que volvió a ver a Annie. No se reconciliaron, pero supo que llevó a su nueva pareja a ver uno de los documentales sobre el holocausto que veía con él. En ese comentario radica toda la fuerza de la película: en que el propio Alvy Singer se da cuenta de que, en realidad y afortunadamente, todo está mezclado: la muerte con la vida, el arte con la realidad, la emoción con la frialdad, el despecho con el amor.

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