EDITORIAL

NOTA EDITORIAL

Ya no estás más a mi lado corazón

Por Jimena Repetto

Te despecho mucho de menos.
Los despechados todavía sienten en los labios el roce del pasado y son concientes de la pérdida. Son jugadores necios, obstinados, empedernidos. Levantan armas contra un contrincante que abandona el tablero y patea fichas por el aire. A los gritos, los despechados, entablan una lucha con la ausencia. No son ganadores, no seducen, no se visten de gala ni juguetean con las plumas del erotismo.
El cine sabe de despechos. Se alimenta de lágrimas iracundas, de bueyes perdidos. También adivina que los enfermos de este mal recurren a él, a sus enseñanzas y promesas, a sus artificios. En la pantalla, encuentran auxilio, se reflejan en un espejo de circo en el que siempre, o casi, salen favorecidos.

Pactos.
El despecho viene acompañado de un pacto deshecho, una promesa tácita que apuñala la fe impoluta en las palabras. Las frases de amor se convierten en oraciones de una religión de dos adeptos que suponen la entrega imperiosa a sus “paratodalavida”, “mimedianaranja”, “yosolopiensoenti”. Las predicciones de amor niegan el azar, el cambio de opinión y amarran el futuro a una instancia que se instaura eterna. El sentimiento del despechado viene acompañado entonces de una terrible decepción: tanta retórica no sella, necesariamente, un pacto irrevocable.
El cine y la literatura son eternos enamorados. Comparten con el amor la instancia irrepetible, el constante presente. Y, aunque volvamos a pagar una entrada de la misma película o releamos las mismas hojas envejecidas, nunca tendremos el puro impacto de cuando lo hicimos por primera vez. El cine y la literatura son también creyentes de la palabra, aunque concientes de su capacidad de generar ficciones.

Instructivos.
Hay consuelo para los despechados. Ciertos géneros nos han enseñado que las palabras valen lo que dicen, que los sentimientos instauran un mundo posible sin engaños y que, necesariamente, la pareja protagónica se terminará besando. Que hay grandes despechados en el cine, no hay duda, pero también es cierto que las maravillas de las pantallas hacen de ese despecho motor para su transformación. Vamos, que todos sabemos quien llora ante el primer abandono -si además es lindo, honrado y sonriente- pronto va a encontrar a su tórtolo sentadito en la trama ante el primer punto de giro.

Creemos en el cine porque es nuestro maestro. Él mismo nos ha enseñado como un gurú moderno de qué se visten los sentimientos y, por sobre todo, qué se entiende por amor. Las películas románticas han obrado como las Bildungsroman contemporáneas de los enamorados. Cuando nos sintamos víctimas de este desahuciado sentimiento, visitemos –pochoclo en mano- a sus templos de celuloide. El mismo se encargará de seducirnos con historias dulces sin abrazos vacíos.

Si se cumplieran todas las promesas de amor, nos quedaríamos con muchas menos historias de las que visitan las pantallas Pero, por suerte, estas artes ficticias suelen dar revancha a los pololos tristes, cautivándolos con la seriedad de un tarotista que predice tiempos mejores. Por eso amamos que nos cuenten historias de rechazos con finales felices y a sus protagonistas así como vienen, despechados.

Exceptuados.
Por supuesto que encontramos excepciones, Casablanca grita presente en “la escuela del amor” diciendo que se puede ser hermoso como Humphrey Bogart y aún así sufrir la pérdida, ¡dos veces!, de Ingrid Bergman. Digamos que si hubiera sido otra historia feliz, tal vez, no recordaríamos de manera su heroico final.
Así como a veces son los buenos, no hay villano más adorable que un despechado. Son los malos buenos, los malos a los que la vida los ha llevado por el camino del rencor y todo por haber sido una vil víctima del desprecio.

Tenemos también artistas despechados, que han hecho del abandono el motor de sus obras y tenemos grandes creadores que la industria ha rechazado. Quien no se haya sentido alguna vez terriblemente dejado de lado, que levante bien alto la mano.
Hay cierto poder en este sentimiento. Despechados, todos somos un poco egoístas, un poco crueles y un poco tiernos a la vez. Les dejamos esta Siamesa despechada, así con toda su furia de chica resentida. Les regalamos este anhelo de tiempos mejores y esperamos, como Humphrey, que sea éste el comienzo de una larga amistad.

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