Acassuso de Rafael Spregelburd






Por Jimena Repetto


Todo transcurre en la secretaría de la escuela 78 del distrito escolar Merlo. Hay maestras, padres y secretarias, pero no hay alumnos en escena, sólo aparecen aludidos con cierta distancia que inquieta. Esta ausencia, paradójicamente, se torna omnipresente y es tal vez una de las claves para leer y, por qué no, aprender de Acassuso de Rafael Spregelburd.





Durante dos horas, Acassuso nos lleva a preguntarnos sobre herencias y legados. Sobre los legados que nos supimos construir y las herencias que milagrosamente esperamos obtener. También nos interroga sobre cómo se ejerce la violencia, que no siempre lleva un arma en la mano, sino que también suele imponerse desde el despotismo y el abuso de poder.

En escena hay una escuela llena de maestras inoperantes, un sistema basado estatutos de un poder que es ejercido no desde el prestigio adquirido de las partes, como se supondría en una institución académica, sino anclándose en las mismas prácticas que podría tener una pandilla de cuadra. Los alumnos, dijimos, nunca aparecen. Y no es casualidad, ya que son nombrados y calificados. Todo el sistema escolar parecería tener que funcionar en torno a ellos. Sin embargo, no los vemos. La escuela se representa como un espacio al que los alumnos deben, o no, pueden, o no, adaptarse según las conveniencias del propio sistema. Y la adultez es un mundo que mira con terror y extrañamiento a la infancia.

Los valores que aparecen en juego son los del mundo adulto. Maestras que apuestan a la quiniela ilegal, que compran jugadores de fútbol con dinero de la cooperadora, que estafan, roban, mienten, confabulan y se quedan impávidas ante la violencia. Porque la violencia ha pasado a ser parte del sistema mismo y un cadáver en la sala no sorprende.

Y nos reímos. Nos reímos de la falta de sentido común que se impone, a la vez, de la naturalidad con la que escuchamos tanta estupidez. Y si nos causa una gracia culposa es porque sabemos que algo resuena. Y puede que sea un estado de la cuestión en la sociedad. El arte demuestra, una vez más, que la capacidad de denuncia nunca escapa al hacer creativo y que la risa, bien lo sabía Brecht, es un motor poderosísimo de cambio.

Nada de esto se construye desde el azar. La posibilidad de múltiples lecturas se genera a partir de un delicadísimo trabajo de relojería entre texto y dirección que permite que se abran campos de lectura. Los significados múltiples del lenguaje provocan que Acassuso pueda llegar a diversos públicos sin perder profundidad ni forzar lecturas en quien la ve y escucha. Y, como toda obra que pretenda hablar del mundo, el lenguaje participa de forma activa.

Texto, contexto y la puesta en escena del diálogo sorprenden. Aquí, tal vez, una de las apuestas más interesantes en la dirección. Cada línea suena natural, los actores logran una interpretación maravillosa; hasta la mínima cadencia parece producto del discurso habitual de alguna Marta o Susana que ande por ahí. Al pensar en la puesta, al abstraernos un segundo de la ficción, se evidencia la coreografía de los diálogos, las pausas sutiles y necesarias para que los planos de voz no se pisen y el encadenamiento de los discursos de los personajes. En el teatro, como en la vida, no importa sólo qué se dice sino cómo se dicen. Más aún todavía, cómo se dice el conjunto orgánico de la obra. Qué nos dice. Se torna evidente que cada elemento es un efecto de un mensaje, una porción mínima y metonímica del significado. Y en la construcción de matices no hay espacio para la improvisación.

Entonces, unamos puesta, texto y nuestro contexto. Después de los noventas, del menemismo, de las privatizaciones y la Ley Federal de Educación, cuestionarnos y reflexionar sobre qué heredamos y qué modelo educativo nos proponemos construir es una deuda aún pendiente. Que Acassuso se plantee esta necesidad, con tanta ironía y crudeza, se agradece. Porque que el mundo funcione, que los niños se eduquen y sean parte presente de la sociedad, que leguemos un modelo no es algo dado, sino una meta a adquirir. Y si toda obra es producto de un proceso, de un trabajo en conjunto y de un esfuerzo colectivo, la educación como producto no debería ser algo supuesto y dado por sentado. Sin la participación reflexiva de una sociedad en los modelos, no hay nada que decir ni que hacer. Ni obra que legar. Obra en la que todos, grandes y pequeños, estemos presentes.



Actúan:
Paula Acuña, Emma Rivera, Laura López Moyano, Pilar Gamboa,
Ideth Enright, Laura Paredes, Valeria Correa, Lula Pettigiani, Andrea Lo Tartaro, Mauricio Morando y Adrián Fondari

Dirección: Rafael Spregelburd
Producción: Corina Cruciani
Asistentes: Laura Fernández – Gabriel Guz
Prensa: Duche & Zárate
Escenografía: Oscar Carballo
Vestuario y ambientación: Mónica Raiola
Luces: Matías Sendón
Fotografía: Patricia Di Pietro

Teatro Andamio 90
Paraná 660 – Reservas: 4373-5670
Funciones: Sábados a las 20 hs.
Localidades: $30.- Jubilados y estudiantes: $ 20.-

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