Algo que decir

15 de mayo, 2011


Algo que decir


Por Jimena Repetto


Para el cuaderno de la dama y el anotador del caballero, en Buenos Aires se desarrolla una serie variopinta de talleres literarios. Si bien dicen que la lectura es la mejor escuela, la guía de un maestro y la escucha atenta de un grupo tienta a más de uno a encomendarse a la misión de compartir sus textos. Allá vamos para investigar de qué se trata esto de andar haciendo de la palabra, una experiencia colectiva.



La lección del maestro

¿Por qué será que tanta gente disfruta asistir a un taller literario? ¿Será que se convierten en grandes novelistas? ¿O harán grandes amigos? Más allá de cuál sea la respuesta, es innegable el interés que generan estos espacios de debate y corrección. Recreando el clima de un taller literario barrial, el año pasado se presentó en la escena teatral porteña Absentha, de Alejandro Acobino. Con grandes dosis de humor negro e ironía, la obra se desarrolla en un taller de poesía nocturno donde tres participantes soportan las humillaciones de Lato, el coordinador estrella, quien, en su pequeño mundo, se cree amo y señor de la poesía. Absentha deja picando una pregunta: ¿Cuál es el rol de un tallerista a la hora de dirigir la escritura? Para Acobino “Un buen coordinador nos enseña a leer, a escuchar y a respetar al otro; al otro que, desde la diferencia, desafía, retroalimenta o reafirma nuestra escritura. Un mal coordinador crea imitadores de sí mismo, clones.”
A la hora de elegir, los talleres son muchos y, si de escritura se trata, se pueden incluir los de crónica, los de dramaturgia, los de guión y la lista sigue. Todo centro cultural que se precie tiene el suyo, aunque también están aquellos que se dictan en cárceles, escuelas, cafés y las casas mismas de algunos escritores. Ahora, para saber cómo se desarrolla un taller, nada mejor que recurrir a sus participantes. Después de haber asistido varios años al taller de Abelardo Castillo, Clara Anich decidió abrir su propio grupo de ficciones para aquellos que se inician en la práctica literaria. Anich comenta su experiencia de los dos lados del escritorio: “Aprendí a fluctuar entre los distintos niveles de un texto: el literal de la palabra, el del sentido, y el que se insinúa sin estar escrito. Desde ahí trabajamos en el taller, creo que lo más importante es que cada uno encuentre la forma de corregir sus textos.”
Capacidad de escucha, buenas lecturas, pánico escénico, amor a la reescritura, la herencia un grupo tiene sus repercusiones y no siempre son las más obvias. Siendo que se trata de una instancia de aprendizaje la pregunta que resuena es: ¿se puede enseñar a escribir? y, en ese caso, ¿cuál es la primera lección? Diego Paszkowski, quien hace años dicta talleres de escritura para jóvenes, arriesga una respuesta: “La primera lección para mis alumnos es que traten de no ser pretenciosos. Hay una idea, en especial entre los jóvenes de que la literatura es algo con “L” mayúscula y con palabras ampulosas. Y no siempre es así. Basta con leer a Roberto Arlt o a Manuel Puig para entenderlo.”

Pero mucho antes de recibir las primeras instrucciones, el participante novato se encuentra ante el incómodo momento de exponer su texto, prematuro y primogénito, ante un tribunal ilustre. Semejante atrevimiento implica un acto de arrojo, más aún cuando se trata de aceptar críticas y comentarios afilados. Como de la soledad de la escritura, a la escucha colectiva hay mucho trecho, a la poeta Karina Macció, le parece que encontrar un grupo con el que compartir lo que se está escribiendo es fundamental. En su experiencia como coordinadora de diversos talleres propone: “El taller da la posibilidad de una lectura puertas adentro, íntima, de la cocina del texto. Un buen espacio ayuda a esto: a encontrar, identificar y profundizar un estilo propio en la escritura.”


La educación y la forma

Mientras que en ciertos círculos porteños hay quienes se espantan de las almas nobles que se entregan a las fauces de un taller, en otros lares la enseñanza de escritura creativa no sólo es un ejercicio corriente, sino que funda escuelas y cuenta con currícula propia en diversas universidades. En Latinoamérica, es más que reconocida la Escuela Dinámica de Escritores, fundada y dirigida por Mario Bellatin en la Ciudad de México. Su primera regla, inteligente y concisa, es: “no escribir para la escuela, sino escribir para crear”. Por su parte, la Universidad de Nueva York (NYU) ofrece una Maestría de Escritura Creativa en Español con talleristas como Sylvia Molloy y Sergio Chejfec, entre otros. Para su directora, la poeta Lila Zemborain, el dictado de un taller literario con asistentes de distintas nacionalidades es una de las experiencias más interesantes del programa. La Maestría se presenta como un programa de dos años que reúne una formación creativa y técnica. “La base de cualquier proceso creativo es la experimentación, la posibilidad de ir probando distintas formas hasta que encontrás la que se aviene mejor a la sustancia que estás tratando de moldear con el lenguaje. A esto yo lo llamaría el proceso de composición. La otra cara de la moneda es la disciplina de sentarte a corregir interminablemente tu texto, liberarlo de los clichés que nos atormentan diariamente y mucho más todavía de los propios clichés. Aunque las obsesiones sean siempre las mismas, van tomando distintas configuraciones a lo largo del tiempo. La obra de arte es, justamente, la articulación estética de esas configuraciones.”, sugiere Zemborain.

Cabe pensar entonces cómo se articula la enseñanza de la escritura en instituciones con una alta matrícula de alumnos y programas que cumplir según un plan de estudio determinado. Es de suponer que la experiencia de concurrir a una clase masiva o a un taller pequeño puede ser radicalmente distinta. Irene Ickowicz es guionista y autora de En tiempos breves. Apuntes para la escritura de cortos y largometrajes (Paidós). Como docente, ha dictado clases en diversas universidades y en sus talleres particulares. En su opinión clase o taller son dos experiencias creativas muy diferentes: “En las clases de la Facultad, se trabaja con un programa común a todos. Como en cualquier otro estudio formal, se habilita a los estudiantes para que puedan afrontar prácticas futuras, incorporar con facilidad conocimientos nuevos y contar con los recursos necesarios para indagar en la innovación y ruptura de los discursos. Una clase multitudinaria, lejos de ser un déficit, es una vivencia excepcional para percibir qué parecidas y qué diferentes somos las personas. Por otra parte, en el taller no sólo cuenta el proceso, el resultado de la obra adquiere significativa importancia. A la vez, el universo creativo de cada uno se amplía, al acceder al universo creativo de los otros integrantes del taller.”

La buena nueva para los amantes de los talleres de escritura es que, si bien en nuestros pagos la escritura creativa no encontraba su nicho propio en las universidades argentinas, el año pasado en el Centro Cultural Ricardo Rojas, comenzó a funcionar la Escuela de Escritores. Laura Isola, su coordinadora general, explica: “No había, hasta la Escuela, un lugar con cierta formalización sobre la escritura creativa. El Rojas es ideal para dar la relación con la UBA y un contexto pedagógico -en el Rojas, sobre todo, se enseña-; y el ámbito creativo y de experimentación que históricamente tiene.” El ciclo lectivo es de tres meses y la edición es anual, con ingreso gratuito y por selección de material. La pregunta que vuelve es ¿se puede enseñar a escribir? “Sí -contesta Isola- creemos en que se puede poner en funcionamiento una pedagogía sobre la escritura creativa. Hay muchas cosas que se pueden enseñar al respecto. Lo que sí sabemos es que no vamos a enseñar talento ni genialidad.”

Palabras más, palabras menos, es evidente que el paso por un taller no garantiza iluminaciones repentinas ni laureles. Lo que sí, y tal vez lo más importante, como espacio de discusión y creación, la pregunta por lo literario desfila entre libretas viejas y notebooks último modelo. Será que para muchos, es cuestión hacer propia la poesía, darle una vuelta de tuerca y andar sin pensamientos, sufrir, amar y partir…El orden es lo de menos.



Talleres para todos los gustos:

Taller de escritura para jóvenes de Diego Paszkowski: www.paszkowski.com.ar
Taller de ficciones de Clara Anich: tallerdeficciones@gmail.com
Taller de guión de Luisa Irene Ickowicz: narrativas@gmail.com
Taller de lectura y escritura, Siempre de Viaje de Karina Macció: www.siempredeviaje.com.ar

Escuela de Escritores: Centro Cultural Ricardo Rojas.
http://www.rojas.uba.ar/
Corrientes 2038, CABA, TE: 4954-5521/ 4954-5523
Duración: tres meses (agosto-octubre)

Maestría de Escritura Creativa en la NYU
http://escrituracreativa.as.nyu.edu/page/home
Duración: dos años

Dirección:

jimenarepetto@gmail.com

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